Casi todo (o en algunos casos todo) lo compartimos en nuestras redes. Se me ocurre que nuestra generación es la última que tuvo la posibilidad de elegir entre estar o no presente en las redes sociales, y que nuestros hijos, en su gran mayoría, tendrán que soportar, sin demasiados recursos, que hayamos comenzado a delinear su identidad e imagen en Internet, dejando rastros imborrables y negándoles la posibilidad de crear su propio espacio de privacidad.
No es la primera vez que asistimos al posteo de una foto o video de su primer ecografía, la sesión fotográfica para su primer año de vida, primer día y festejos en el jardín de infantes, vacaciones, salidas especiales, primeras palabras, destrezas y un largo sinfín de momentos antes de cumplir sus 5 años (y después también). Esta situación se repite en cada rincón del planeta y por eso la firma Barclays Insurance ha manifestado que “a través de las redes sociales, nunca ha sido tan fácil para los estafadores reunir la información clave necesaria para robar la identidad de alguien”. Teniendo en cuenta esto es que resulta tan importante “pensar antes de publicar y realizar auditorías periódicas de nuestras cuentas en redes sociales”. Este último consejo resulta vital para los niños que comienzan a dar sus primeros pasos en Internet.
La profesora y escritora de la Universidad de New Hampshire, Leah Plunkett, especialista en temas como sharenting, privacidad y vida digital, plantea tres líneas en las cuales reflexionar cuando hablamos sobre el derecho a la imagen y privacidad de nuestros hijos: la primera tiene que ver con las consecuencias de índole criminal, ilegal o de algún modo peligroso, como es el robo de identidad o la pornografía infantil. El segundo eje son las consecuencias a nivel de invasión de la privacidad o sospechosas, como ser la recopilación y/o venta de datos. Por último, el impacto que tiene en la constitución del psiquismo del propio niño, ya que, al publicar información sobre ellos, estamos definiendo de alguna forma su proceso constitutivo.
Leemos casi a diario ensayos, notas y estudios que plantean la idea de cómo estamos siendo afectados, modificados o transformados por las “Nuevas Tecnologías”. Incluso hacemos mención a lo “digital” como concepto abstracto que pudiera ser aplicado a cualquier situación o ámbito de nuestra vida, aunque, en mi consideración, muchas veces olvidamos que los avances tecnológicos siempre han sido el motor de evolución en la historia de la humanidad, lo que nos lleva a criticar y hasta combatir la tecnología. Después de todo, como seres humanos, somos intrínsecamente conservadores y temerosos de lo nuevo, aunque hay algunas excepciones.
Como adultos muchas veces ponemos el acento en lo negativo de estos avances en relación con el crecimiento de nuestros chicos. Será necesario entonces reflexionar y cambiar el foco, sostener una mirada positiva y crítica, dando un buen ejemplo de uso y aprendizaje, donde todos podamos aportar miradas, herramientas y experiencias que nos ayuden a crecer.
Desde que ocurrió el escándalo de Cambridge Analytica vinculado a Facebook, en 2018, hasta que se conoció a principios de este año el accionar de ClearView AI y el uso de su app de reconocimiento facial, que puede ser utilizada para resolver delitos o avasallar nuestra privacidad e inclusive equivocar el reconocimiento y meternos en un gran lío, los usuarios de la Internet estamos siendo cada vez más conscientes de los riesgos que conlleva un uso irresponsable de las redes sociales.
Lamentablemente, que conozcamos estos hechos no quiere decir que comprendamos completamente lo vulnerables que somos en base a la información personal que estas plataformas guardan y la forma en que se han apropiado de ella.
Ese desconocimiento es, en parte, gracias a que para acceder a distintos servicios y/o plataformas aceptamos términos y condiciones que casi nunca leemos, y aunque así lo hiciéramos, probablemente habremos entendido muy poco sobre cómo nuestros datos son moneda de cambio a la hora de utilizar plataformas, supuestamente gratuitas.
Con el tiempo recorrido y la información recopilada, se hace más evidente que, como adultos, debemos enseñar desde temprana edad a asumir las consecuencias de nuestros actos. En una sociedad donde la tecnología atraviesa cada uno de nuestros espacios y facilita nuestras acciones diarias, nuestro aprendizaje y comunicación; nuestro diferencial será el modo en que la utilicemos. Lograr administrar momentos de conexión/desconexión digital, evitando niveles de ansiedad que nos puedan perjudicar, mejorar nuestra atención, concentración y memoria, dará impulso a nuestras actividades.
Quizás te interese:
- Cómo los algoritmos gobiernan nuestras vidas
- Bienestar digital: en busca de un uso saludable de la tecnología
Autor del post: Javier Lombardi; mentor educativo de Argentina Cibersegura.