El sharenting es un anglicismo utilizado para describir la práctica de publicar en las redes sociales fotos y contenido de niños, principalmente por parte de los padres. En el ámbito digital es un fenómeno que puede considerarse relativamente nuevo y que representa un cambio cultural en la forma en que los más chicos crecen. Se trata de una acción que, en general, está acompañada de insuficiente reflexión previa, al igual que muchas otras acciones que realizamos a medida que nos apropiamos de las tecnologías de la comunicación vigentes.
¿Cómo reflexionar acerca de algo cuyo alcance desconocemos?
Sí, a ciencia cierta, lo desconocemos aún; pero tratándose de personas menores de edad, de la privacidad de nuestros niños y niñas, tenemos la responsabilidad de detenernos a pensar antes de postear, para seguir cuidándolos tal como lo hacemos en los otros ámbitos de sus vidas. Es por eso que el presente artículo recoge ciertas inquietudes relacionadas al sharenting que considero no podemos pasar por alto, como así tampoco a los consejos para preservar a los niños de las consecuencias indeseadas de la exposición pública (algunas, lamentablemente, peligrosas).
Del sharenting analógico al digital
A mi madre le encanta una foto mía, de niña, que tiene en un portarretratos en su casa, a la vista de todos. Seguramente le trae lindos recuerdos del momento. No hay otra razón, porque en esa foto no me gusto, y se lo dije muchas veces, pero la respuesta, que me consuela un poco, es “no la ve nadie más que nosotros”. Tiene razón en ese punto. El sharenting analógico tiene su lado inofensivo.
Crié a mis hijas en una época previa al auge de las redes sociales. No sé si no hubiera compartido fotos de ellas, pequeñas, en Internet. Me resulta imposible saber si el portarretratos no hubiera tenido el marco de Facebook, Instagram o cualquier otra red social. Sospecho que la ternura y la felicidad que me provocaron en tantas oportunidades, hubiera querido compartirla con la mayoría de mis contactos. Sin embargo, leyendo el artículo del colega Javier Lombardi me asaltó la reflexión. ¿Qué margen les hubiera dejado a mis hijas, hoy adultas, para que eligieran qué parte de sus vidas querrían mantener en la intimidad? ¿Qué tan libres serían de presentarse ante el mundo a su manera, tal como lo hice yo? Una vez más, imposible saberlo.
En relación al portarretratos que mi madre tiene en su casa, tengo que confesar que, dentro de todo, tuve suerte; al menos más suerte que mi madre. En su época, se estilaba tomar fotografías a los bebés “desnudos”, boca abajo y haciendo fuerza con sus brazos para elevar el tronco. Eran fotos en blanco y negro y que estaban pinceladas “a mano” para agregar algo de rubor en las mejillas. ¿Han visto ese imagen? ¡Cuánto agradezco no haber sido parte de ese “trending topic”! Es así la moda, nomás.
Se dice que una imagen reemplaza a muchas palabras, pero ese no es el punto en el que me quiero detener, sino en la importancia que tiene comprender que estamos en la era de la imagen, de la espectacularización de nuestras vidas a través de medios audiovisuales. Por eso, no es de extrañar que los bebés ya tengan presencia digital desde que están en la panza. Quizá, construir la biografía online de nuestros hijos e hijas también sea una moda pasajera. Imposible saberlo hoy.
Los ejemplos que compartí sobre el sharenting de la época de mis abuelos y de mis padres me parecen pertinentes para quitarle todo el peso de la culpa a Internet. Es que el ser humano siempre hace uso de las tecnologías disponibles para dejar huellas, desde las mismísimas rocas que analizamos para poder conocer la historia de la humanidad.
Sin embargo, la cosa es distinta en los tiempos que corren. Internet imprime perpetuidad a los portarretratos y a algunas partes de su superficie las vuelve punzantes, de tal forma que si las tocamos, a veces nos podemos lastimar. Si bien es inocente pensar que desaparecerá para siempre algo que publicamos en cualquier medio de comunicación, la realidad indica que se necesitan ciertos conocimientos, que no se adquieren de manera espontánea, para moverse de manera segura y responsable en el mundo digital. Es bien intuitivo el uso, no así sus consecuencias, y los adultos vamos aprendiendo por ensayo y error.
Suena complicado enseñar a desarrollar hábitos digitales saludables, cuando ni siquiera los imaginamos. No hay recetas para ser padres y madres, “se hace camino al andar” (como dice la canción). Y menos para terrenos poco explorados. No obstante, el artículo de Javier Lombardi sobre los perfiles “promo” en Instagram y cómo éstos pueden afectar la reputación de los jóvenes, nos invita a reflexionar sobre el alcance del sharenting en la actualidad, y a anticipar el efecto que compartir determinada información de nuestros hijos e hijas puede llegar a tener en sus vidas.
En varios pasajes de este artículo hice referencia a “imposible saberlo”. Creo que alrededor del sharenting habría que usar “imposible no suponerlo”.
Autor del post: Silvina Tantone, especialista en Educación y Nuevas Tecnologías, Mentora Educativa de Argentina Cibersegura ONG.