El pasado 6 de junio se cumplieron cinco años desde que The Guardian publicara la primera historia relacionada a la masiva fuga de datos de la NSA, posibilitada por Edward Snowden. La principal motivación de Snowden fue denunciar los abusos de poder por parte de las agencias de inteligencia estadounidenses y países vinculados. Su meta era que los usuarios comenzaran a apreciar el valor de la privacidad en la era digital y la importancia de limitar la vigilancia estatal indiscriminada.
Compartiendo su espíritu, a lo largo de este artículo analizaremos cómo impacta la privacidad y la vigilancia estatal a los ciudadanos, militantes políticos y periodistas, quienes se ven atravesados transversalmente por la importancia de la privacidad en las sociedades modernas.
Privacidad: la libertad del ciudadano moderno
Es un hecho comprobado que el abrumador efecto de ser vigilado provoca una limitación de la capacidad individual de elección, incluso en ámbitos íntimos y familiares; tal como lo demuestran estudios finlandeses y otros realizados en el Reino Unido. De esto se deduce que, aunque no haya abusos de poder sobre la información recolectada, la pérdida de la privacidad de los sujetos perjudica a la sociedad y a la libertad política en general. Por ello, resulta tan preocupante escuchar que “la privacidad ha muerto” cuando sabemos que no existe libertad sin ella.
A muchos usuarios se les ha inculcado que la vigilancia es inofensiva y beneficiosa: si te portas bien, no tienes qué temer. Esto quizás sea así para quienes no muestran oposición a las élites dominantes, ya que no suelen ser objeto de medidas represoras. Sin embargo, el verdadero problema se deja ver cuando se es un forajido del sistema, cuando se piensa diferente. Entonces, abstenerte de provocar a la autoridad parece ser el último bastión de resguardo para las libertades civiles.
Esta inhibición natural del ser humano al sentirse observado es clave para la manipulación de las masas. El progreso no existe si no es posible desafiar a las ortodoxias. Todo el tejido social sufre cuando la libertad individual se reprime por el miedo a ser vigilado. No extraña entonces que la ONU aprobara por unanimidad una resolución, presentada por Alemania y Brasil, que establece que la privacidad online es un derecho humano fundamental.
Militantes y activistas
Las personas son mucho más propensas a avalar leyes en favor de la vigilancia cuando quien se encuentra en el poder es un partido del mismo signo político. La nefasta consecuencia es que, tan pronto como los ciudadanos se someten al nuevo poder creyendo que no les afectará, este queda institucionalizado y legitimado y la oposición se vuelve imposible.
No obstante, la sensación de inmunidad de los grupos políticos ante la vigilancia estatal es sin duda transitoria. Esto queda claro al observar el modo en que la afiliación política determina la sensación de peligro de la gente respecto de la vigilancia estatal: con un rápido cambio de gobierno, los privilegiados de ayer pueden convertirse en los disidentes de hoy.
Para las instituciones gubernamentales, “hacer algo malo” abarca mucho más que acciones ilegales, la conducta violenta o confabulaciones terroristas: incluye también los desacuerdos coherentes y los cuestionamientos genuinos. Por naturaleza, la autoridad –gubernamental, religiosa, familiar, etcétera– equipara la discrepancia con el delito.
“El verdadero grado de libertad de un país se refleja en el modo de tratar a sus disidentes y grupos marginados”. Glenn Greenwald.
Debido a esto, la pérdida de la privacidad puede tornarse un arma en las manos de la autoridad reinante. De hecho, fomentar la paranoia ha sido en ocasiones una estrategia utilizada para desbaratar grupos de la oposición, por ejemplo, en los movimientos por la paz contra la guerra de Vietnam en Estados Unidos.
¿Podemos confiar entonces en que las autoridades no fundamenten sus abusos sobre la información que exponemos a través de medios digitales? La historia nos ha demostrado que la mejor forma de resguardar nuestra autonomía política es a través de una política de privacidad consciente.
Periodismo de investigación y privacidad: un binomio simbiótico
Una de las principales instituciones en principio dedicadas a controlar abusos de poder por parte de los estados son los medios de comunicación, el llamado “cuarto estado”. La actitud combativa del periodismo es la clave para garantizar la transparencia de los gobiernos democráticos, pero esta no puede ejercerse bajo un halo de espionaje estatal dirigido.
El impacto más evidente de la privacidad en el periodismo actual es la preocupación por proteger las fuentes de información que sirven de combustible para el periodismo de investigación. Aunque las herramientas de cifrado y anonimato sirven para resguardar la seguridad de quienes se proclaman en contra del sistema, puede ser extremadamente difícil escapar a las consecuencias de ser un whistle blower dentro de un esquema orwelliano de vigilancia como el que algunos países intentan construir.
No obstante, la importancia de la privacidad en la labor periodística no se limita a la protección de la fuente. Una de las estrategias históricamente más utilizadas por las autoridades para deslegitimizar primicias que podrían hacer temblar al status quo es la de utilizar la vida privada de los periodistas para ensuciarlos. Sus preferencias sexuales, deudas pasadas, adicciones, problemas de salud física o mental… pueden servir al viejo truco de desacreditar al mensajero para ensuciar el mensaje.
Por ello, es crucial que quienes se dedican al periodismo ofensivo comprendan que asegurar la integridad de la historia y prevenir las fugas de información no será suficiente sin también salvaguardar la confidencialidad de los datos personales que podrían ser utilizados bajo estrategias de deslegitimación popular.